"Expedición" a Aroche
Texto: Lolo Mialdea (Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.">Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.).
Fotos: Félix Sanchez, Eladio Jodar y Autor.
Aroche es un bellísimo pueblo situado al noroeste de la provincia de Huelva – casi en Portugal – en cuyo término municipal, al margen del Parque Natural de Sierra de Aracena y Picos de Aroche, al que cobija en parte, se sitúan dos Parajes Naturales de especial protección cual son Rivera del Aserrador y Las Peñas y Sierra Pelada, sencillamente impresionantes.
Mucho se podría escribir sobre su historia pero prefiero ceñirme a la cinegética y decir que en las termas de las muy cercanas ruinas romanas de Turóbriga se encontró una lucerna donde aparece grabado un jabalí tan característico que no pude por menos que pensar, al verlo, en esa casta de cochinos conocidos en media España como arochos, cortos de cuerpo, altos de agujas, muy bien armados y de carácter especialmente bronco y valiente. ¡Como para poner en duda la trayectoria cazadora de estas gentes! Sus peculiares costumbres y nomenclaturas monteras irán saliendo conforme se derramen estas letras y, como verán, tienden a lo “marranero” como lo demuestra que a los puestos los llaman, muy acertadamente, puertas, como en mi tierra, a esas posturas con mucho ajuste, las llamamos pasos.
Los venados, tras perderse antaño, son relativamente recientes. Repoblaron toda la zona, creo que provenientes de las repoblaciones efectuadas en el Coto Nacional de Caza de Pata del Caballo (y de Portugal y Extremadura a través del país vecino), y por tanto las grandes monterías aparecen relativamente tarde. Se explica, pues, que toda la tradición montera se herede de la caza del jabalí aunque con las mismas bases del resto del mediodía español.
Eladio Jodar, el autor y Bernardo Almonacid ante el casco antiguo de Aroche
Pero se preguntaran ustedes a que viene el ampuloso título de “Expedición” a Aroche.En parte mi subconsciente vuela a la cercana Extremadura, “campo de batalla” del admirado Montero de Alpotreque, D. Antonio Covarsí, que así denominaba a sus salidas monteras de varios días de duración, aunque no me explico como parece no haber cazado esta zona. Por otra parte, salvando las distancias que imponen los medios de transporte, acudir a echar dos monterías seguidas a este privilegiado rincón desde donde lo hicimos los tres amigos viajeros de esta historia, es una verdadera odisea constreñida en el tiempo. Eladio y Bernardo, que venían desde Murcia, se metieron entre pecho y espalda 815 Km. de ida y otros tantos de vuelta, de sendos tirones con escala en Córdoba donde me recogieron. Si añado que el primero de ellos llego desde Bruselas la víspera, pues ya me contarán ustedes. Más todo valió la pena, y aunque como monteros viejos hubiéramos aceptado lo que de incierto tiene montear en abierto, Dios premió nuestro esfuerzo como verán los que le echen valor y continúen leyendo.
Al pueblo llegamos a las 2,30 de la “madrugá”, y allí nos esperaba mi buen amigo Rafa Domínguez con las tarjetas de nuestras respectivas puertas en la mano, pues se había sorteado esa noche para poder salir hacía las armadas bien temprano. A mi – 5 de la traviesa del Pantano Naranja - me invitaba la Sociedad de Monteros de Aroche. A ellos – 6 del cierre de La Rivera – les costó la montería una cantidad tan exigua que no me atrevo a citarla para que nadie me llame mentiroso. Nos hubiera gustado alternar un rato, pero se impuso el sentido común y volamos como “lechuzos” a la casita rural donde tendríamos el rancho. La ilusión del primer día de temporada se encamó con nosotros y se desparramaba desde la cama.
Día 12 de octubre. Los Rasos.
A las 7.00, con tres horas de sueño, estábamos puntuales en la sede de la sociedad donde desayunamos. Allí nos esperaban los también amigo y directivos de la sociedad, José Manuel y David. Así mismo compareció puntual Félix Sánchez, colaborador también de Trofeo y que es el culpable de que desde el año pasado, frecuente la zona. Una peculiaridad de estas monterías es que no hay yantar por cuenta de la organización, lo que da lugar a ver pintorescos grupos de monteros sentados a sillas y mesas plegables a la salida de la finca.
Una vista de la zona desde el centro de la mancha con Las Peñas al fondo.
Se monteaba la mancha de Los Rasos, mitad monte y mitad Eucaliptar, (¡Que pecado, Dios mío), seca como la yesca por la poca lluvia caída. Se sabía que tenía reses, y no pocas ni de trofeo y canales pequeños, aunque lo que botara de ella era una incógnita sobre todo por los perros, que con lo duro del suelo, la falta de agua y el poco rodaje, lo iban a tener crudo. Por lo que pude ver y lo que me contaron unos y otros, estaba magníficamente armada, tanto por la absoluta seguridad que ofrecían las puertas, cuanto por estar colocados en los sitios de más agarre para las reses. Como esto de las crónicas se me da fatal, lo dejo en manos del mentado Félix. Cuando se soltó a las 10,00 buscando evitar el calor a la gente de dos y cuatro patas, ya se habían movido muchas cervunas, de modo que fue ponerme y entrar en trance con los continuos charabasqueos de las reses. No me había sentado cuando ya me cumplió perfectamente la primera cierva que no quise tirar esperando a ver si traía rastra, ya fuere chota o venado. Aclaro que teníamos cupo de dos “animalitas” pues en Huelva la Administración obliga a descastarlas. Poco después cobré la primera de un solo tiro, fallé a capón una segunda, y me quedé con la tercera bien. A pesar de todo sabía que estaba tirando mal porque eso lo nota uno, vaya que sí.Ya a perros pasados, de regreso por la mano baja, sentí los arrollones de reses que se me venían encima por la espalda. Acerté a ver una cierva y me amagué cuanto pude. Casi me lleva por delante y, al superarme, le cargué el aire y pegó un tremendo salto engalgándose en busca del pecho de enfrente y arrastrando en su carrera ¡¡al primer venado del año!! Dios y ayuda me costó tumbarlo. Lo dejé que se me emparejara a unos 30m y le eché el canuto puesto en 1,5 aumentos picando a continuación. ¡Jobar, que marronazo! A donde fue la bala no lo sé, pero desde luego, no le corté un pelo. No aceleró porque ya iba a todo lo que daba el “malditamadre” y se tapó con los chaparros de la cañada. Al salir de ellos rodó como una pelota y yo subí la guardia. ¡Pa qué lo hice! Se levantó y se me alejaba cuando le dejé ir el tercer tiro de mi .270 win. Debí tocarlo porque quebró su carrera a la izquierda y pecho abajo. Menos mal que…
Rafa Domínguez, un servidor y Oliver, mi postor
…mi fiel BRNO carga 6 cartuchos, porque si no… Confieso que me entró un tembleque de no te menees (¿El cansancio?, ¿El primer día?, ¿La puñetera pasión que me embarga?), y como tiro sin vara, a pulso, y el venao ya estaba a sus buenos 100m., entre aquí me caigo y aquí me levanto puntal abajo y casi llegando al viso con lo que eso comportaba, le vacié el cargador y aun tuve que recargar con más y más temblores. Aun me sacó dos tiros a la postre, y con el último que le pegué, a unos 150m., lo único que conseguí fue levantarlo de la enésima caída tapándose a continuación. Había intentado rematarlo para evitarle sufrimientos, aunque sabía por las maneras que iba muerto, más… ¡¿qué demonios podía hacer? Por fortuna no tardó mucho en llegar Oliver, mi postor, que en su línea de portarse fenomenal conmigo y por aquello de que ando fatal de los remos, se prestó a registrar mis tiros a pesar de que ya había sacado la cochina que mató. Mi plan era hacerlo yo aunque me tuvieran que “extraer” en helicóptero de La Rivera, pero él evitó males mayores a todos. De otro modo hubieran tenido que sacar del barranco dos bichos en lugar de uno. Lo guié desde el paso y rápidamente dio con los rastros, pero solo eso, los rastros, y ni gota de sangre. ¡Un sudor frío me corrió por el cogote ante la perspectiva! Por suerte a los pocos metros vio unas gotas, al poco más, luego un pan donde estuvo echado, y pocos metros más abajo, con el venado, un diez puntas muy simpático y una exagerada canal de unos 80 Kg., enorme para ser un segunda cabeza. De los 8 tiros tenía encajados 5, pero ninguno en su sitio, todo hay que decirlo. Digo yo que murió por el peso del plomo.
Hay que ayudar todos. Eladio, Lolo, Rafa Domínguez, Bernardo y mis vecinos del 4, cargando mi venado
De vuelta al puesto me dijo Oliver que no habría problema para sacarlo pues se haría con el cable tirando con un coche, (aclaro que allí no se usan caballerías si no que todo el mundo echa una mano) dejándome anonadado porque ya me parecía ver el tal vehículo dando trechas ladera abajo. Me callé y fue mejor. Tienen unos cables de acero larguísimos, y el sistema consiste en atarlo a la bola para el remolque y tirar con el 4x4 hasta donde lo permite el coche, que recula y repite la operación cuantas veces es menester cada vez con menos trecho de cabo. Con la colaboración de 8 hombres terminó a cargadero en “puertoclaridad”.
¿Había acabado ahí la cosa? ¡Qué va! Me faltaba la mayor alegría del día. Al poco rato llegaron Bernardo y Rafa (A Félix, que estaba en el 3 de mi armada, ya lo habíamos recogido) y me soltaron que Eladio había cobrado un fantástico venao con 14 puntas – me asomé al carro y lo vi - y excelente desarrollo, grande de verdad, casi inaudito en lo abierto de no ser porque es el segundo que cobra en un año estando yo presente, el primero en febrero pasado. Cuando al poco llegó, nos fundimos en un fuerte abrazo. Además Bernardo había fallado un cochino enorme en su turno de tirar. ¡Todas, absolutamente todas las puertas de los de nuestro grupo, habían tirado y cobrado reses! Cedo los trastos de narrar a Eladio para que nos cuente el lance.
“Nuestro puesto, el 6 de la Rivera, estaba ubicado, como su nombre indica, en un alto por encima de la Rivera – que así llaman a los ríos allí - y nuestro postor, Rafael, nos advirtió que la querencia de las reses era la mancha de monte fuerte que teníamos a nuestras espaldas - denominada Las Peñas - y que estuviésemos muy atentos pues las reses cruzarían el río a nuestros pies y antes de darnos cuenta estarían a nuestra espalda y fuera de tiro. Parece que sus palabras serían premonitorias de uno de los tres lances que disfrutamos. Una vez instalados en nuestra puerta y cargado el rifle, por cierto un express que pretendíamos estrenar, acordamos que cada uno dispondría de la opción de tiro durante una hora si antes no había tirado. Como es mi costumbre deje elegir a mi compañero, que prefirió que fuese yo el primero en hacerlo si llegaba el caso. A nuestro frente empezaron a menearse unas ciervas pero fuera de tiro, y que durante toda la jornada no se movieron del sitio. Si las inquietaban los perros daban una carrera y lo perdían maroteándose, y así toda la mañana, por lo cual no dejamos de estar alerta.
Un poco después Bernardo llama mi atención sobre una res que zorreada entra a nuestro frente a tiro y que yo, por el sitio que ocupo, todavía no había localizado. Me voy con ella pero al estar un tanto alejada no la distingo con claridad. Unas veces me parece un cierva, otras un venado deforme, como al final se confirmó. En fin, que decido tirar y meto el punto rojo de mi holográfico en el codillo de la res y disparo. Al tiro la res da el típico salto de carnero, las cuatro patas en el aire y encogida, clásico del tiro de codillo, como la pierdo de vista pienso que se ha quedado en el sitio y abro mi rifle y procedo tranquilamente a cambiar el cartucho usado. Entonces me sobresalta un grito de Bernardo: ¡Eladio, Eladio, repite, que se te va! Corro hacia el lugar donde me reclama y veo pasar vi venado "muerto" correr a todo meter por el lecho del río y sin posibilidad de repetir el disparo, cosa que si hace nuestro vecino de la izquierda, el 7, y poco después otros dos tiros más lejanos que adjudicamos al 8 de la armada. Por lo visto ha escapado.
Eladio con su venado en el 6 de la armada de La Rivera .
Como resulta lógico nos ponemos a comentar cómo se me puede ir una res parada a 80 metros, y cómo, sin saber el resultado del disparo, me pongo a recargar. La explicación bien sencilla: Exceso de confianza que me ha costado una res y me ha enseñado que en montería y con las reses, nada esta terminado hasta que la cobras. Cada día aprendes algo del campo y sus habitantes. Cambio de tirador ahora: Será Bernardo el que disponga de su oportunidad si es que las reses y la fortuna así lo quieren, pero con el tiroteo que se escucha en la mancha, no dudamos que tendrá su oportunidad.
Y la misma no se hizo esperar: Suena el seco trallazo de un rifle en el puesto del vecino de nuestra izquierda, el 7. No se escucha nada más y nos quedamos muy atentos. Comentamos en voz baja que o se a quedado con ella o pronto tendríamos que ver de qué res se trata, y efectivamente, ante nuestra vista y todavía lejos, al otro lado del río, aparece un bonito guarro que sin excesiva prisa pero sin pausa se nos acerca: ¡Déjalo que se mejore!, le susurro a Bernardo, que ya le tiene el punto rojo metido, y cada vez más cerca y mejor. Yo insisto: ¡Déjalo que se nos va a meter en los pies! Él no deja de llevarlo apuntado. Efectivamente el guarro cruza el río y, con toda su fuerza, se nos mete encima buscando la mancha que tenemos a nuestra espalda. Yo, en mi imaginación, ya lo estoy viendo dar la voltereta a nuestros pies. Suena el disparo del 9,3x74R como un cañonazo y ¡¡horror!!, el guarro sigue indemne su carrera mientras Bernardo corre ladera arriba a cortarlo y pararlo con el segundo tiro, pero como casi siempre sucede con los cochinos, que hacen lo que menos esperas, en vez de seguir el seguro y tapado regato arriba, da un quiebro y se pierde por un claro sin protección y por nuestra derecha. Lo impensable, y es que nunca se deja de aprender. Vuelta e empezar. Esta vez Bernardo dice: ¿Cómo he podido fallar ese guarro, si lo tenía muerto desde que salió?, que si tenía que haber tirado antes, que si he corrido la mano demasiado. Total, que nos consolamos mutuamente y dijimos para nuestro capote: ¡Pues desde luego no lo estamos pasando nada mal! Emociones si que llevamos vividas y quizás eso sea lo más importante.
Los tres “expedicionarios” en la junta de carnes. Al fondo Aroche.
Pero todavía es pronto y queda mucha montería. Echamos un bocado - las penas, ya se sabe con pan son menos penas - y nuevo cambio de tirador. En lo más alto de la cuerda que tenemos enfrente aparecen los perreros con sus rehalas y al poco de empezar a descender la empinada ladera gritan: ¡Ahí van los venaos! Por mucho que intentamos ver algo nos resulta imposible. Hay mucha distancia y mucho monte, pero resulta emocionante el buen trabajo de los perros y los disparos de varias armadas que confirman que en la ladera había muchas reses. Transcurre el tiempo, se acallan las ladras y dejan de sonar las detonaciones. Esto parece que va tocando a su fin, comentamos, y nos consolamos reviviendo los lances que hemos vivido, lo que nos produce, quizás, un cierto relajo tanto físico como mental.
Pero la diosa fortuna todavía quería regalarnos algo más. Siempre tengo la costumbre de no bajar la guardia ni despistarme de lo que pasa en la mancha hasta que no descargo y enfundo el arma, y en uno de los vistazos en que estoy recorriendo el ancho cauce de la rivera, y como si de una aparición se tratase, sin ningún ruido delator, aparece ante mi sorprendida vista las puntas superiores de la cuerna de un venado. Bernardo está a mi espalda y no lo ha visto. Le susurro: ¡No te muevas, un venao!, y de pronto irrumpe en la escena un cervuno que de un poderoso salto pasa del río a la nuestra ladera, a menos de 10 m. de nuestra postura. No tempo tengo de mirar como es. Encaro el rifle, le pongo el punto en la parte del cuerpo que me ofrece, el pecho, y disparo. Lo veo correr paralelo a nosotros trastabillando, y como no me fió tras lo sucedido por la mañana, le largo el segundo que lo derriba definitivamente. Todavía no sabemos que decir porque todo ha sido tan rápido que, con el venado en el suelo solo, solo se nos ocurre darnos un fuerte abrazo y comentar la suerte que hemos tenido al estar atentos. ¡Si nos despistamos se nos hubiera colado sin enterarnos! Y a todo esto le preguntó a Bernardo: ¿Cómo es el venado?, y el que lo ve mejor desde su posición me dice que no parece malo, que tiene 8 o 10 puntas. Al rato aparece nuestro postor Rafael, nuestro querido amigo, y nos pregunta: ¿de quien es este venao?, y le respondemos que nuestro, que acabamos de abatirlo, y nos comenta… ¿pero habéis visto el Venao?, a lo que respondemos saliendo a la carrera en su busca, y al llegar la sorpresa es tremenda. Es espectacular, una verdadera preciosidad de 14 puntas perfectas y muy alto de cuernas, oscuro y algo veleto. El primer tiro estaba en la base del cuello y era más que suficiente pero…
Abrazos, felicitaciones, y a ayudar a llevarlo al cargadero.
Un día feliz y entre amigos. ¿Se puede pedir algo más? Y además estrenamos el express como se merecía.
PD: Con mi agradecimiento a mi hermano Lolo, que hizo posible que fuésemos juntos, de nuevo, a otra montería.
Gracias hermano, a ti y a todos nuestros queridos amigos “presentes”.
Para no extenderme, diré que el día siguió con la reunión en la junta de carnes, a donde llegaron 5 venados más muy buenos, uno con 17 puntas, así como dos cochinos bien armados, sobre todo el magnífico arocho que cobró David. A las 6,00, tras almorzar fenomenalmente, nos fuimos a descabezar, quien pudo, una siestecita para volver a vernos a las 8,00, pues en el bar Las Lajitas se sorteaban las posturas de Las Bañitas y Monteblanco, la montería del día siguiente, pero eso es otra historia que excedería lo razonable de este articulejo.
Félix Sánchez, Amigo y compañero en Trofeo, ocupaba el 3 de mi armada, la traviesa de Pantano Naranja
No puedo ni quiero terminar sin mostrar mi agradecimiento a todos los monteros de Aroche, con José Manuel Torrado, David García, Rafael Domínguez, Francisco José González y Cesáreo Vázquez a la cabeza. Una vez más demostraron su buen hacer, caballerosidad y bonhomía sin límites. ¡Gracias, señores!
El regreso fue pesado por el cansancio y un puñado de cornizos, pero no paramos de charlar como cotorras. Solo sentí que cuando me dejaron en Córdoba, aun les quedaran 545 Km. del ala. Llegaron bien y contentos, que es lo que importa.
Aroche por la noche desde el bar Las Lajitas, donde se celebró el sorteo de Las Bañitas
Me despido con esta poesía escrita por Bernardo Almonacid Kroeger
A la una de la tarde en Aroche
A la una de la tarde.
Era la una en punto de la tarde.
Coronas y candiles de hierro vieron
a la una de la tarde.
Asomar por el 4 de la Rivera del Aserradero
a la una de la tarde.
Embestida de ciervo bravo
a la una de la tarde.
Partiendo el suelo viene
a la una de la tarde.
Golpes y pezuñas que nos hacen temblar
a la una de la tarde.
Cuernos que tronchan corchos y cornizos del Chanza
a la una de la tarde.
Estocada de plomo en mitad del alma
a la una de la tarde.
Clavan catorce puntas en el suelo
a la una de la tarde.
Puntas que orgullosas pinchaban el humo
a la una de la tarde.
Sacian el pecho del cazador montuno
a la una de la tarde.
Ya no está, ya se ha ido
a la una de la tarde.
Ha sido dulce el tiro
a la una de la tarde.
Ya no hay rugidos en Aroche
a la una de la tarde.
A la una de la tarde.
A la una en punto de la tarde.
No he podido evitar apoyarme en “la cogida y la muerte” de Lorca, para relatar el lance a la vez que intentar expresar el sentir de que fui participe, junto a mi amigo Eladio cuando abatió un precioso venado de 14 puntas de dos certeros tiros, a la una de la tarde, en Aroche. Me lo pedía el cuerpo y así he hecho. Tras fallar estrepitosamente un hermoso cochinete que me entró franco y de cara a nuestra puerta, Dios nos quiso regalar este precioso lance. El segundo tiro sin duda pudo sobrar. Quiso la casualidad que la muerte se presentara en el mismo momento de recibir el segundo tiro. Yo lo vi perfectamente. El primer tiro le partió el corazón, pero en su bravura, el ciervo siguió corriendo sin saber que ya estaba muerto. Pero quiso Eladio asegurar la ausencia de cualquier sufrimiento y volvimos a escuchar la melodía que su precioso Express Pietro Zanardini 9.3x74 que volvió a impactar de forma certera, interrumpiendo su carrera y certificando su muerte instantánea.
En fin, mi más sincera enhorabuena a Eladio, este incansable cazador y mejor amigo, fiel reflejo de que la perseverancia, al final siempre se ve recompensada. Un fin de semana de ensueño, naturaleza, caza y sobre todo, de amigos. Arocheños, gracias por vuestra hospitalidad y trato. Y por supuesto, gracias a ti también Lolo, enciclopedia de anécdotas y vivencias que, a poco que estés atento, te enseñan más que 100 monterías. A la una de la tarde…, que bonito!!!
Bernardo Almonacid Kroeger