Lecciones de Campo
El pasado sábado me llegué al coto de mi pueblo, acompañado de un par de amigos que tal vez tuvieran interés en formar parte de la sociedad de cazadores que gestiona el mencionado acotado. Fuimos temprano, como corresponde a la intención de que mis compañeros vieran el campo recién estrenado y lleno de vida, en la primera hora de un día de Julio, previo a la apertura del descaste. A las ocho de la mañana ya estábamos andurreando sus carriles y parando en los sitios más querenciosos y con mejores vistas. Nos acompañaba Juanma, el guarda del coto, desde ahora para mí, Don Juan Manuel, una acreditada eminencia en cuestiones de campo.
Juanma es un guarda joven que disfruta con su trabajo –que es lo esencial en esta profesión, como en otras -, de unos treinta años, con el saber adquirido de los numerosos cursos que ha realizado en su preparación, pero a la vez contrastando y ampliando esos conocimientos con los que le han transmitido sus antecesores en el cargo, dos viejos guardas ya jubilados que ‘leen el campo’ hasta en su letra pequeña.
Solemos tener la imagen de un guarda de coto como un señor mal encarado, que se encarga de ponernos los puntos sobre las ies – y alguna denuncia – en asuntos tocantes al cupo de piezas, horario de caza, número de perros y otras exigencias. Sin embargo, ese día D. Juan Manuel nos iba dictando una lección magistral de Gestión Cinegética en cada parada que íbamos haciendo a lo largo del recorrido.
Así, por ejemplo, hizo una parada ante un pequeño acebuche en el que no advertíamos nada desde el coche, pero Juan Manuel separó las ramas bajas y espesas del mismo, mostrando un bebedero para la caza, fresquito, lleno y con el control del PH del agua ya realizado. Nos informó de que la mejor manera de poner un bebedero o comedero es oculto al cielo, pues la caza menor es muy vulnerable a las rapaces cuando está comiendo o bebiendo. También nos comentó que la situación del bebedero era muy importante para el conejo, pues aunque unos cientos de metros más abajo estaba el arroyo, cuantos menos metros tenga que recorrer el conejo para saciar su sed, menos se expone a sus enemigos naturales.
Continuamos el recorrido en el coche. Más adelante señaló desde el vehículo una banda de perdigones, ya igualados con la madre, que trataron de desperdigarse entre los olivos cuando se sintieron observados. Nos comentó Juan Manuel que esa banda la había salvado él, preguntando al propietario de aquel olivar que cuando iba a venir a quitar la hierba, sabedor de que había tres nidos en esa zona. Como no hay una ley que regule cuando se puede eliminar la hierba del campo, el propietario tenía dispuesto hacerlo en abril, cuando anida la patirroja. Juanma señaló y bordeó con cinta roja cada uno de los nidos, que el propietario respetó al recorrer el olivar con la desbrozadora. Luego, una vez sacados los perdigones, fue el propio guarda quien se ocupó de eliminar los rodales de hierba para que el propietario no tuviese que dedicar tiempo a completar el desbroce de su finca.
Y mientras recorríamos el coto nos fue desgranando otras historias de gestión cinegética, como cuando, tras unas tormentas que tiraron abajo más del cuarenta por ciento de unos viejos pinos de repoblación, Juan Manuel supuso que eso daría lugar a que naciera hierba en aquel inmenso e inútil pinar cuya acidez esquilmaba la tierra. Propuso a la directiva su repoblación en aquel preciso e ideal momento y se repobló de conejos y perdices la zona, hace cuatro años y gracias a aquella acción hoy dispone el coto de 300 hectáreas de monte con una más que aceptable densidad de caza, en lo que antes era un desierto en la sombra.
Juan Manuel no tiene horas bastantes para su profesión que ha convertido en pasión y cuando termina su dura jornada, se distrae observando a los animales que con tanto primor ha criado. Nos dice que podría contar historias increíbles acerca de ellos. Ante nuestra insistencia nos contó que en cierta ocasión hirió una zorra de un disparo lejano, en su labor de control de predadores. El animal lo encontró ya muerto seis días después pero a su lado tenía varios tres conejos muertos, uno de ellos medio comido, otro ya seco y otro recién muerto, más reciente que la muerte de la zorra.
No explicándose el asunto, llamó a su amigo Pepe, otro guarda ya jubilado que le aseguró haber visto lo mismo más veces y le dio una explicación, comprobada por él, que ponía los pelos de punta: El compañero de la zorra, al sentir a su pareja herida le iba trayendo conejos cazados por él para que los comiera y se repusiera, llegando a traer alguno cuando su compañera ya estaba sin vida.
En fin, un paseo agradabilísimo por el campo y …. Toda una lección magistral de campo, recibida de manera sencilla y con palabras llanas, fuera de los ámbitos académicos. Gracias D. Juan Manuel.
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